Spanish Sahara

«I’m the fury in your head, I’m the fury in your bed»

Crema de espinacas.

Cocer en agua las espinacas durante 10 minutos. Retirarlas del fuego y licuarlas en la misma agua. Aparte, en una cacerola derretir la mantequilla, retirar del fuego y añadir la harina poco a poco, revolviendo constantemente hasta formar una pasta espesa. Incorporar lentamente la leche caliente.Llevar al fuego y agregar las espinacas licuadas y el caldo de gallina. Dejar conservar durante 10 minutos. Al momento de servir colocar una cucharadita de queso parmesano en cada plato.

Usualmente termina siendo un líquido espeso, verde por fuera, por dentro, olorosamente verde, de sabor verde, mejor servido en un plato azul turquesa, porque las cosas verdes tienden a acabarse en los hogares, pareciese una maldición o un entendimiento de los gnomos que habitan todas las cocinas del mundo, a tratar de romper todos los instrumentos culinarios y de mesa que posean de alguna forma el color verde, a riesgo de parecer una de las más grandes coincidencias del mundo moderno. De manera figurativa, la crema de espinacas es el estado de mi vida en movimiento, una metonimia, si me atrevo a decirlo, porque tengo días crema de espinaca, exageradamente verdes, y por otro lado siento a menudo que hay un complot entre ciertas partes de mi sistema nervioso que busca que elementos como la crema de espinacas, totalmente irrelevante en tiempos pasados, hoy en día sea motivo para reflexiones monoteístas sobre una cierta deidad que reinó gran parte de mi existir en días no tan distintos a este.

No siempre he tenido un fantasma en la parte de atrás de mi cabeza, pero siempre he cargado con ciertos horrores, que apunto sin perdida alguna en un cuaderno sin nombre pero de bonitas formas, hechas por un argentino cuyo nombre empieza por L y termina en liniers. Son ideas irrelevantes, pero no por tanto menos reales y menos horroríficas, porque si llegaran a pasar sería un acontecimiento terrible, tal vez que se quede sin sal la cocinera de mi restaurante favorito justo el día en que busco culminar un antojo de meses, las nubes tomen formas y me deletreen las realidades de mi vida que no quiero aceptar, o simplemente que ese día sueñe con la oligarquía. Así, podrían leer ustedes página tras página de pequeñas incongruencias y rayones que llamo «sketches», pero a los que les falta en gran parte el «ketches», casi nunca pasan de ser una sola S huérfana, perdida entre andenes imaginables, como cualquier otro andén, grises en su totalidad, con algunas lineas de quiebre que pueden ser igualmente irrelevantes o representar la desaparición inmediata de todo aquello que quiero en la vida si piso una en el momento adecuado.

Me siento rodeado por la muerte, pero no la muerte con la hoz, sino aquella que limita los movimientos de los que acecha, que los engarza en un anzuelo de contrariedad frente a las cosas, que no les permite ver que si entran hoy mismo a una librería y buscan un libro cuya portada tenga un tigre azul, van a poder ser felices el resto de su vida. La inmovilidad mental, presa de las propias obsesiones y compulsiones no permite funcionar a su huésped, no le deja ver que en el muro blanco frente a su casa están proyectando escena por escena lo que debería ser su existencia. Creo que le temo más que todo a esa muerte, la que acaba con la existencia irreal de las personas.

Vivamos siempre irrealidades, nubes a las cinco de la tarde, libélulas acorazadas que llevan en su interior los últimos vestigios de toda luz sobre la tierra y peligros inexistentes para poder salvarte la vida si estuvieras aquí.

Yo mataría monstruos…