'H'arlequines

Me aburren las pocas palabras. Prefiero siempre vivir en pequeñas e ilusionadas irrealidades. Lo poco que se de la vida, me lo han enseñado las películas.

Categoría: Personal

Capítulo 93

Esto va sin música. Si la tuviera, sería el soundtrack de un funeral, porque escribo para conmemorar la muerte absoluta de mi primera (y única hasta ayer) edición de Rayuela. Era blanca, vieja, fea y me encantaba. Perdió su primera página, esa que dice «¿Encontraría a la Maga?», y de ahí en adelante se le cayeron los capítulos por montones.

Murió.

Hay que leer a Cortázar. Siempre.

Fin del comunicado.

Spanish Sahara

«I’m the fury in your head, I’m the fury in your bed»

Crema de espinacas.

Cocer en agua las espinacas durante 10 minutos. Retirarlas del fuego y licuarlas en la misma agua. Aparte, en una cacerola derretir la mantequilla, retirar del fuego y añadir la harina poco a poco, revolviendo constantemente hasta formar una pasta espesa. Incorporar lentamente la leche caliente.Llevar al fuego y agregar las espinacas licuadas y el caldo de gallina. Dejar conservar durante 10 minutos. Al momento de servir colocar una cucharadita de queso parmesano en cada plato.

Usualmente termina siendo un líquido espeso, verde por fuera, por dentro, olorosamente verde, de sabor verde, mejor servido en un plato azul turquesa, porque las cosas verdes tienden a acabarse en los hogares, pareciese una maldición o un entendimiento de los gnomos que habitan todas las cocinas del mundo, a tratar de romper todos los instrumentos culinarios y de mesa que posean de alguna forma el color verde, a riesgo de parecer una de las más grandes coincidencias del mundo moderno. De manera figurativa, la crema de espinacas es el estado de mi vida en movimiento, una metonimia, si me atrevo a decirlo, porque tengo días crema de espinaca, exageradamente verdes, y por otro lado siento a menudo que hay un complot entre ciertas partes de mi sistema nervioso que busca que elementos como la crema de espinacas, totalmente irrelevante en tiempos pasados, hoy en día sea motivo para reflexiones monoteístas sobre una cierta deidad que reinó gran parte de mi existir en días no tan distintos a este.

No siempre he tenido un fantasma en la parte de atrás de mi cabeza, pero siempre he cargado con ciertos horrores, que apunto sin perdida alguna en un cuaderno sin nombre pero de bonitas formas, hechas por un argentino cuyo nombre empieza por L y termina en liniers. Son ideas irrelevantes, pero no por tanto menos reales y menos horroríficas, porque si llegaran a pasar sería un acontecimiento terrible, tal vez que se quede sin sal la cocinera de mi restaurante favorito justo el día en que busco culminar un antojo de meses, las nubes tomen formas y me deletreen las realidades de mi vida que no quiero aceptar, o simplemente que ese día sueñe con la oligarquía. Así, podrían leer ustedes página tras página de pequeñas incongruencias y rayones que llamo «sketches», pero a los que les falta en gran parte el «ketches», casi nunca pasan de ser una sola S huérfana, perdida entre andenes imaginables, como cualquier otro andén, grises en su totalidad, con algunas lineas de quiebre que pueden ser igualmente irrelevantes o representar la desaparición inmediata de todo aquello que quiero en la vida si piso una en el momento adecuado.

Me siento rodeado por la muerte, pero no la muerte con la hoz, sino aquella que limita los movimientos de los que acecha, que los engarza en un anzuelo de contrariedad frente a las cosas, que no les permite ver que si entran hoy mismo a una librería y buscan un libro cuya portada tenga un tigre azul, van a poder ser felices el resto de su vida. La inmovilidad mental, presa de las propias obsesiones y compulsiones no permite funcionar a su huésped, no le deja ver que en el muro blanco frente a su casa están proyectando escena por escena lo que debería ser su existencia. Creo que le temo más que todo a esa muerte, la que acaba con la existencia irreal de las personas.

Vivamos siempre irrealidades, nubes a las cinco de la tarde, libélulas acorazadas que llevan en su interior los últimos vestigios de toda luz sobre la tierra y peligros inexistentes para poder salvarte la vida si estuvieras aquí.

Yo mataría monstruos…

Eleanor put your Boots back on

«I could be there when you land…»

Hay días en que pienso que deberían llover caracoles más a menudo.

Es extraño como puede uno llenarse de ridículas melancolías, cuando las noches parecen ríos que no terminan en medio de insomnios desmesurados. Resulta fácil entonces caer en el error de recordar los buenos momentos, peor error del mal historiador, recordar las cosas buenas sobre las posibles mayores (y más importantes), malas. Es cuestión de darse cuenta que no siempre se debe pensar en ese saco rojo que usaba en algunos de los días más fríos, en las formas que su pelo dibujaba sobre la almohada, mientras con los ojos cerrados se encontraba más allá del alcance de cualquier mortal, en las calles recorridas bajo nubes de formas imposibles, las incontables películas vistas en un sillón que se caía o el mapa secreto que se podía armar sobre su piel. No. Se deberían recordar solo las constantes negaciones, las innegables mentiras, los caprichos, la estúpida hegemonía que se genera siempre que se lleva a cabo la maratónica tarea de unir dos mentes, dos conceptos, dos cuerpos, la mentalidad de que el amor es una carrera, y hay que ver quien es el que «crece» primero.

Aún así, no puedo obligarme a hacerlo, innegable y ociosa obstinación por la autoflagelación emocional, y sigo recordando momentos en que detrás de sus ojos no había nada más, que mi vida empezaba y acababa, vista solo a través de ese castaño claro, que despedía aires caleidoscópicos con ciertos ángulos de luz. Aunque no se llamara Lucy, cruzaba el cielo llena de diamantes, que yo mismo le dibujaba con la mente cuando era domingo y lo mejor que podía pasar era dormir hasta tarde, bajo una manta cómplice, tratando de ignorar los sollozos de la mascota en apuros. De nuevo. No. La obsesión, los problemas, la imposible aceptación de la separación mental, el desconocimiento, los argumentos apurados, la paranoia y la persecución imaginaria.

Y la lista sigue, y se llena de emociones encontradas, de apabullados silencios que de incómodos pasaban a ser lo más cómodo del mundo, de sentir como se le iba la vida activa bajo mi hombro por las noches, las palabras susurradas entre pequeños espasmos de sonambulismo icónico, los días de lluvia, la fotografía, la espera, los viajes, carne en salsa de tres quesos y a veces cheese cake con arequipe ?

Todo atrás, todo olvidado en medio de la desidia que conllevan los años, la profunda resignación, los problemas con la rutina, la falta de rutina, la ilegibilidad de rostros que no trataban de contarnos nada, el cambio de estaciones… y todo era siempre como salir a la calle y tratar de encontrar algo que no estaba, que no existió nunca, un engaño personal multiplicado por dos cabezas que no querían hacer nada más que creerlo.

La vida de los que profesan estar enamorados de la mente, es corta en momentos felices, efímera en éxtasis y exageradamente larga y llena de situaciones introspectivas en que te das cuenta, que, como ha sido siempre, tu propia mente es una amante amarga.

I’ll try Anything Once

«When I said, I can see me in your eyes…» – Julian Casablancas

 

Si una relación parece normal desde afuera, es porque algo anda mal. La ilusión de la identidad, aquella deformación maligna universal que intenta admitir que somos alguien, en relación a el otro, es la hiedra venenosa de todo tipo de relación humana. En el momento en que creemos ver algo de nosotros mismos en el otro, es el momento en que deberíamos empezar a odiarlo, porque, admitámoslo, quien no se odia a si mismo ? En cambio al sentirnos identificados creemos que debemos haber estado haciendo las cosas bien, y nos unimos más, menuda paradoja.

Si hay alguna sinfonía universal en torno a las relaciones, es aquella que trate como manifiesto la demencia absoluta. Coincidir en espacios imperturbables deja de ser parte de la visión postmoderna de lo «cotidiano» y se convierte en una representación imaginaria de lo que debería ser. Un amor por lo precario, algo tan simple como una galleta de mantequilla de maní, deberían tener tanta importancia como un beso, un abrazo o un par de palabras susurradas al oído.

Creamos en la inmortalidad, en la efímera generación de seres inmortales que atraviesan nuestros espacios incongruentes, en el punto en que la dimensión Juan, se encuentre con la dimensión María, no va a haber otro momento en que se levante más el epitelio de la fragmentación galáctica. El imaginario conjunto se convierte entonces en la más irreal de las realidades, y realmente, no hay nada más bello, y estas son palabras reales.

Creo que lo que trato de decir, es que no importa como se vea una relación desde afuera. Pueden ser felices, infelices, salir todos los días para atravesar llanuras llenas de oscura desesperación y no tener más que el abrazo del otro para soportarlo todo, o correr por medio de praderas desiertas de malignidad, mientras por atrás el soundtrack eterno es «I’m Walking on Sunshine», no importa como lo vean los demás. Se vuelve relevante solo el nivel en que ambos sean cómplices secretos del uno, de lo uno, del otro y de lo otro, para poder, por fin, convertirse en uno de esos pequeños animales alados que busca transformarse con los años.

La transformación depende enteramente de la cantidad de jugo de naranja consumida antes del chocolate.

Hipster Wall-e used silent characters before it was cool

Disclaimer: Esta vaina esta llena de spoilers, LLENA, sobre Wall-e (duh), The Artist y Singing in the Rain. Ahí les dejo la inquietud de como pude unir Wall-e con las otras dos.

Voy a empezar con las cosas más sencillas. Wall-e es la mejor película animada jamás creada. Punto. Y debería entrar fácil a cualquier lista de las mejores películas de toda la historia. Lo tiene todo: es mitad Terminator, mitad Planet of the Apes, mitad Titanic y mitad Romeo y Julieta. Tiene 4 mitades, de lo asombrosamente AWESOME que es, sin perdonar la redundancia, que se hace necesaria por lo increíble del caso. Si Wall-e (película) fuera un personaje ficticio, sería Gandalf, o Tyrion. Si fuera un libro sería Rayuela, un pintor Wassily Kandinski, una palabra «levedad», y… así entienden la idea.

Hablando seriamente en serio, Wall-e representa todas las razones por las cuales Pixar es superior como estudio de animación, y es simplemente porque no hacen «películas animadas». Hacen películas, escriben historias, crean personajes inolvidables y lo confunden todo en obras de arte cinematográfico. Ahí trabajan artistas, cineastas de verdad, no animadores, no técnicos e ingenieros, sino personas dedicadas a hacer cosas bellas. Y lo logran. Casi siempre, en Cars se desviaron un poquito, pero se les perdona.

No creo que alguien que lea esto no se haya visto Wall-e, pero si existe tal sujeto o sujeta (que no es de verdad lo que quiero decir pero se entiende) véala. Es genial. Y si no es genial, vuelva acá y yo le devuelvo lo que le costó el dvd pirata (preferiblemente Blu Ray pirata).

Volviendo al tema de verdad, Wall-e y sus demás colegas mecatrónicos, no tienen nada que envidiarle a Jean Dujardin, quien, hay que aceptarlo, se mandó la mejor actuación en años en esa peliculita que hizo. Aún así, el rango emocional de un montón de modelos 3D, que además eran robots, y no hablaban, logra comunicar tanto como nuestro actor favorito de cine mudo. Las emociones que transmiten solos Wall-e y Eve con un par de palabras, y unos movimientos pequeños de polígonos son completas. Felicidad, tristeza, angustia, desesperación, e incluso las más complejas, como amor y depresión, están presentes, siempre en el momento adecuado para llevar la historia a otro nivel. Eso, acompañado obviamente del desarrollo técnico que manejan el estudio, hacen de Wall-e una experiencia incomparable, y que no ha sido superada hasta el día de hoy, por nada. Tal vez Toy Story 3 se acerco un poco, pero sigo poniendo a Wall-e por encima de todo. La escena del extinguidor, esta bien arriba, ahí como con la escena de los globos en Tangled, que también es preciosa.

Esa es la parte de Wall-e, de como creo que debió haber ganado, no solo el Oscar a mejor película animada, sino a mejor película per se, y por ahí derecho cualquier otro premio que se le atravesara, más o menos como hizo The Artist.

Creo que hasta el día de hoy no me había atrevido a criticar a The Artist con nadie, porque realmente es una película excepcionalmente bien lograda. Aún así, desde el día que la vi, tuve una queja, una sola queja, que no deja de ser bien grande. En cuestión de trama, The Artist = Singing in the Rain. Esta claro que el manejo que se le da a esta trama es muy diferente en ambos casos, y pues, no esta de más mencionar que Singing in the Rain es un músical, que trata la creación de los musicales (hipster Inception, btw). En The Artist es el caso contrario, una película muda, que trata la desaparición de las películas mudas. Pero esta claro que, ambos personajes principales son actores reconocidos del cine mudo, ambos se enamoran de una actriz de bajo perfil, que aunque hermosa, esta poco relacionada con su mundo glamuroso (al menos en un inicio), ambos caen en la ruina cuando nace la reproducción de sonido, y ambos encuentran su vuelta a la pantalla grande en los musicales. Es casi tan cierto todo esto, como que Avatar tiene la misma trama que Pocahontas. Faltan un montón de canciones en The Artist, y un poco más de baile pero el concepto sobre el cual se basa toda la trama, no solo es muy cliché y poco profundo (en mi opinión), sino que es el mismo de Singing in the Rain. Cabe mencionar que esto no la vuelve, en ningún momento, una mala película, de hecho es genial, es increíble todo lo que puede hacer sentir un solo actor dentro de una película muda, a las masas insensibilizadas por los efectos especiales. The Artist no deja de ser una obra de arte por tener la misma trama que Singing in the Rain, lo único que quiero dejar aquí, es lo literal.

 

Este si que fue bien largo, a los que hayan llegado hasta acá, les regalo un abrazo.

Flores en su Entierro

«…dejó en herencia un verso de Neruda, un tazón con pestañas de papel flotando en el café» – Fito Páez y Joaquín Sabina

Creo que nunca he considerado la muerte. La muerte propia, por mano propia y con intención propia, en algún sitio oscuro, porque quien sería yo para contradecir la propiedades literarias de la muerte ? No estoy seguro si eso me hace cobarde, o valiente, si pierde belleza mi forma por no poder pensar en un final romántico para esto, sino esperar pacientemente la inclemencia del único destino del que podemos estar convencidos. Aun así, siempre me ha atraído demasiado el concepto de muerte. Del fin, del no despertar jamás, o del agonizante dolor y el infinito. No creo en la vida después de la muerte, ni en la reencarnación. Si llegan a existir, prefiero sorprenderme y no desilusionarme de ser el caso contrario.

Y es que entonces resulta que la realidad se me hace muy aburrida. No se cómo ser real, no sé cómo buscar una vida real, como intentar entablar una relación directa entre la voluntad física de las leyes de gravedad con mis verdaderos deseos y sentimientos. Aquí no llueven libélulas, los mares no son amarillos y no nacen árboles de un día para el otro. Si llegara a existir una vida después de la vida, y no resultara ser un espacio donde la voluntad y la creación humana sean reyes y reinas del castillo, también me deprimiría bastante. Hombres más grandes que yo han hablado de la voluntad humana, y ese concepto es la principal razón por la que no me creo los cuentos religiosos.

Por eso leo fantasía. Por eso escribo irrealidades, por eso genero pensamientos fantásticos, donde hay curas con cabezas de elefantes y pájaros de todos los colores en una boda universal y donde el inframundo es totalmente blanco, porque es más fácil hacerlo de esa forma y se nos acaba el tiempo.

A cada rato se nos anda acabando el tiempo.

C’est la vie

Las Palabras

«Las palabras nos explican lo que nunca entenderemos, si fue cierto, fue mentira, o si al fin fue todo sueño» – Fito Páez

No soy fan de las palabras. Perdón, debo refrasear eso. Soy el fan número 1 de las palabras, sobre todo las que ayudan a tejer mentiras y engaños y no es que yo sea especialmente bueno haciendo ese tipo de cosas, se necesita de ciertas características especiales para engendrar buenas mentiras, algo que ver con el tamaño de la nariz, tal vez, o con la dirección en la que miran los ojos más a menudo. Siempre témanle a las mujeres lunarejas y con ojos semi claros, eso si esta muy seguro, aunque tengo una experiencia empírica de uno, creo que mis cursos de estadística me han dado a entender que con una muestra de ese tamaño puedo hacer cuantas inferencias quiera, o pues, eso fue lo que quise aprender al menos, porque si lo que aprendo no me sirve para decir y hacer las cosas como quiero, entonces para que lo quiero aprender ? Si, si. Lo siento.

Diciendo las cosas un poco más claramente, y un poco más seriamente: no hay mentiras que duelan, es uno el que se hiere solo tratando de creer palabras que sabe, son mentiras, perdón, eso también lo debo refrasear, no hay mentira que duela más que la que te dice alguien a quien quisiste/amaste (uno de las dos duele más, lo dejo a discreción del lector). Es por esto que soy tan fanático de las palabras, porque ayudan, no solo a herir, sino a sanar, y las palabras que arman las mentiras hacen lo mismo, las mentiras que nos decimos todos cuando vamos a dormir, como las cosas estarán bien mañana, o tal vez, para algunos, como las cosas de otros van a estar muy mal mañana (esa gente me cae bien y mal a la vez).

No se la gente normal, perdón, más normal, pero yo siempre pienso en mentiras, por si llego a decir algo de lo que pienso, todos los santos me libren de decir la verdad alguna vez, que peligro uno andar por ahí diciendo la verdad.

Real – I

«20 ways to see the world, 20 ways to start a fight» – Julian Casablancas

Tengo una vida irreal.

En ella tengo dos compañeras que me enamoran cada día, una con ojos claros y una sonrisa, solo para olvidarla por la noche y la otra con su torpe y brillante felicidad, solo para hacerme detestarla a muerte cuando se enoja sin razón.

También tengo una sonriente cara negra, que a pesar de todo lo que pueda o deje de hacer, va a estar ahí, presente y firme, para llevarme siempre un paso más lejos de la linea que separa mi vida real de mi felicidad.

A su lado esta un hombre guapo y alto, de finas facciones y apellido lleno de z’s, que hace cine de grandes, para grandes, junto a los grandes y que me va a llevar a Cannes cuando sea el momento apropiado.

En mi mundo irreal, se hacer alguna que otra cosa bien, no pierdo porque siempre gano algo en el camino, en la radio ponen las canciones adecuadas en todo momento y los taxistas cantan a Cerati conmigo.

A las 5 de la tarde se ve el mundo como si fueran las 5 de la tarde, así como a las 12, 1, 2, 3 y 4. Siempre veo como a través de oscuros lentes amarillos, y tengo la opción de ponerle un sólido magenta encima a mis ojos.

Más adelante les puedo hablar más de mi mundo irreal, si es que acaso la vida real me lo permite.